martes, 10 de marzo de 2015

Cerros y curanderos entre los nahuas de la Huasteca





Huazalingo se localiza en la parte alta de la Huasteca hidalguense, al noreste del estado de Hidalgo, al pie de la Sierra Madre Oriental. San Juan se encuentra a una distancia aproximada de un kilómetro de la cabecera municipal. La comunidad se comunica por una carretera pavimentada, muy sinuosa y peligrosa, que va de Tehuetlán a Huazalingo. La carretera divide a la comunidad en dos partes desiguales. La parte principal de la comunidad, “la de abajo”, es la parte oriental donde se encuentran los principales edificios oficiales: el juzgado, la clínica, la escuela primaria, el kínder, la casa de bienes comunales, la iglesia, la cárcel…, y la de arriba, al oeste de la carretera. Cuando uno camina por esta carretera de lejos se puede distinguir el cerro Huilotepetl o Cerro de las Palomas, localizado en San Francisco, una comunidad de Huazalingo a siete kilómetros de San Juan.
A pesar de estar rodeado de tantos accidentes orográficos, para los habitantes de San Juan en cerro más importante es el que domina la comunidad: el cerro Burrotépetl. La idea de otorgar un significado especial o atribuir un carácter sagrado a los cerros y montañas no es nueva ni única de los pueblos mesoamericanos. La posición peculiar de las cimas de las montañas que parecen tocar el cielo, por encima del nivel donde transcurre la vida cotidiana de los seres humanos, podría sugerir que son testigos de acontecimientos extraordinarios y que se relacionan con la esfera de los seres sobrenaturales, con el mundo sacrum.
Los pueblos mesoamericanos otorgaron a los cerros significados algo diferentes debido al carácter de su funcionamiento, ya que sus civilizaciones dependían, en gran medida, de la agr
icultura, tanto de temporal como de riego.
Para las sociedades agrarias sedentarias basadas en la agricultura, el agua es el principio de su existencia. Para esos pueblos, los cerros y las deidades que los habitan se transforman en donadores del principal elemento vivificador, pero también en los controladores de la fertilidad, y dan salud y vida gracias al poder que tienen sobre los fenómenos atmosféricos.
 No obstante, los vecinos de San Juan se enorgullecen de que la fama de sus cuevas se extiende fuera del municipio o incluso del estado. Ya que las cuevas y el Burrotépetl forman parte de su paisaje simbólico y sustenta la construcción de su identidad colectiva, es posible que sus declaraciones acerca de la importancia de “su” cerro en la región estén exageradas: “vienen de Tampico, traen cerveza, bebidas, tamales, cigarros. Cada año va un montón con zacahuil, pan, tamales, cerveza, como [si fuera] una fiesta”. Como ejemplo siempre mencionan al curandero que cada año viene de Tampico a poner ofrendas.
Las visitas a las cuevas se organizan en secreto y son muy pocas las personas que quieren hablar de su peregrinación al cerro. No obstante, los habitantes de San Juan afirman que son varios los curanderos que vienen de otras comunidades, como la de Tetlicuil, quienes cada año suben para colocar sus ofrendas en las cuevas y “visitar a sus patrones”, que son los señores del cerro que cada curandero reconoce como su principal divinidad protectora.
El culto a las montañas sagradas se relaciona también con el proceso de infringir y recobrar el equilibrio.
Los cerros son elementos importantes para los nahuas, tanto en plano físico como en el metafísico. En el cerro Burrotépetl se encuentran ruinas de construcciones prehispánicas hechas de piedra pulida de manera precisa, llamadas pirámides, densamente cubiertas con árboles y hundidas de tierra. Los sanjuaneros platican con orgullo que son el testimonio de que la comunidad tiene un origen muy antiguo.



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